El materialismo histórico es la concepción materialista de la historia sostenida por carlos max y los continuadores de sus doctrinas. Esta teoria de los procesos históricos puede entenderse bajo dos aspectos:
(a) El crítico-negativo, en tanto que el materialismo histórico se opone a todo idealismo histórico, esto es, a toda visión de la historia como un conjunto de
cambios impulsados en última instancia por las ideas o por la conciencia de los hombres.
(b) El positivo-doctrinal, en el sentido de que se concibe la
historia a partir de la forma en que los hombres producen su vida
material en sociedad.
De ahí que el materialismo histórico destaque los factores económicos y
técnicos como verdaderas claves para la comprensión de las dinámicas
históricas, ya que de tales factores depende el que los hombres puedan
satisfacer sus necesidades. En palabras de Marx:
«Esta concepción de la historia se funda, por lo tanto, en exponer el proceso real de la producción – o sea, partiendo de la producción material de la vida inmediata – y en concebir las relaciones de producción ligadas a este modo de producción y engendradas por él, es decir, la sociedad civil en sus diversas fases, como la base de toda la historia…» (La ideología alemana, trad. de Jaime Vergara.).
Por consiguiente, según la interpretación materialista de la
historia, la conciencia que tienen los hombres de sí mismos es el
resultado de las condiciones materiales de su vida social, y no
viceversa como sostienen los idealistas.
CARLOS MAX
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Pensador
socialista y activista revolucionario de origen alemán (Tréveris, Prusia
occidental, 1818 - Londres, 1883). Karl Marx procedía de una familia judía de
clase media (su padre era un abogado convertido recientemente al luteranismo).
Estudió en las universidades de Bonn, Berlín y Jena, doctorándose en Filosofía
por esta última en 1841.
Desde
esa época, el pensamiento de Marx quedaría asentado sobre la dialéctica de
Hegel, si bien sustituyó el idealismo de éste por una concepción materialista,
según la cual las fuerzas económicas constituyen la infraestructura que
determina en última instancia los fenómenos «superestructurales» del orden
social, político y cultural.
En
1843 se casó con Jenny von Westphalen, cuyo padre inició a Marx en el interés
por las doctrinas racionalistas de la Revolución francesa y por los primeros
pensadores socialistas. Convertido en un demócrata radical, Marx trabajó algún
tiempo como profesor y periodista; pero sus ideas políticas le obligaron a dejar
Alemania e instalarse en París (1843).
Por
entonces estableció una duradera amistad con Friedrich Engels, que se plasmaría
en la estrecha colaboración intelectual y política de ambos. Fue expulsado de
Francia en 1845 y se refugió en Bruselas; por fin, tras una breve estancia en
Colonia para apoyar las tendencias radicales presentes en la Revolución alemana
de 1848, pasó a llevar una vida más estable en Londres, en donde desarrolló
desde 1849 la mayor parte de su obra escrita. Su dedicación a la causa del
socialismo le hizo sufrir grandes dificultades materiales, superadas gracias a
la ayuda económica de Engels.
Marx
partió de la crítica a los socialistas anteriores, a los que calificó de
«utópicos», si bien tomó de ellos muchos elementos de su pensamiento (de
autores como Saint-Simon, Owen o Fourier); tales pensadores se habían limitado
a imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar que su
implantación resultara del convencimiento general y del ejemplo de unas pocas
comunidades modélicas.
Por
el contrario, Marx y Engels pretendían hacer un «socialismo científico», basado
en la crítica sistemática del orden establecido y el descubrimiento de las
leyes objetivas que conducirían a su superación; la fuerza de la Revolución (y
no el convencimiento pacífico ni las reformas graduales) serían la forma de
acabar con la civilización burguesa.
En
1848, a petición de una Liga revolucionaria clandestina formada por emigrantes
alemanes, Marx y Engels plasmaron tales ideas en el Manifiesto Comunista, un
panfleto de retórica incendiaria situado en el contexto de las revoluciones
europeas de 1848.
Posteriormente,
durante su estancia en Inglaterra, Marx profundizó en el estudio de la economía
política clásica y, apoyándose fundamentalmente en el modelo de David Ricardo,
construyó su propia doctrina económica, que plasmó en El Capital; de esa obra
monumental sólo llegó a publicar el primer volumen (1867), mientras que los dos
restantes los editaría después de su muerte su amigo Engels, poniendo en orden
los manuscritos preparados por Marx.
Partiendo
de la doctrina clásica, según la cual sólo el trabajo humano produce valor,
Marx denunció la explotación patente en la extracción de la plusvalía, es
decir, la parte del trabajo no pagada al obrero y apropiada por el capitalista,
de donde surge la acumulación del capital. Criticó hasta el extremo la esencia
injusta, ilegítima y violenta del sistema económico capitalista, en el que veía
la base de la dominación de clase que ejercía la burguesía.
Sin
embargo, su análisis aseguraba que el capitalismo tenía carácter histórico,
como cualquier otro sistema, y no respondía a un orden natural inmutable como
habían pretendido los clásicos: igual que había surgido de un proceso histórico
por el que sustituyó al feudalismo, el capitalismo estaba abocado a hundirse
por sus propias contradicciones internas, dejando paso al socialismo. La
tendencia inevitable al descenso de las tasas de ganancia se iría reflejando en
crisis periódicas de intensidad creciente hasta llegar al virtual
derrumbamiento de la sociedad burguesa; para entonces, la lógica del sistema
habría polarizado a la sociedad en dos clases contrapuestas por intereses
irreconciliables, de tal modo que las masas proletarizadas, conscientes de su
explotación, acabarían protagonizando la Revolución que daría paso al
socialismo.
En
otras obras suyas, Marx completó esta base económica de su razonamiento con
otras reflexiones de carácter histórico y político: precisó la lógica de lucha
de clases que, en su opinión, subyace en toda la historia de la humanidad y que
hace que ésta avance a saltos dialécticos, resultado del choque revolucionario
entre explotadores y explotados, como trasunto de la contradicción inevitable
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el encorsetamiento al que las
someten las relaciones sociales de producción.
También
indicó Marx el sentido de la Revolución socialista que esperaba, como
emancipación definitiva y global del hombre (al abolir la propiedad privada de
los medios de producción, que era la causa de la alienación de los
trabajadores), completando la emancipación meramente jurídica y política
realizada por la Revolución burguesa (que identificaba con el modelo francés);
sobre esa base, apuntaba hacia un futuro socialista entendido como realización
plena de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, como fruto de una
auténtica democracia; la «dictadura del proletariado» tendría un carácter
meramente instrumental y transitorio, pues el objetivo no era el reforzamiento
del poder estatal con la nacionalización de los medios de producción, sino el
paso -tan pronto como fuera posible- a la fase comunista en la que,
desaparecidas las contradicciones de clase, ya no sería necesario el poder
coercitivo del Estado.
Marx
fue, además, un incansable activista de la Revolución obrera. Tras su
militancia en la diminuta Liga de los Comunistas (disuelta en 1852), se movió
en los ambientes de los conspiradores revolucionarios exiliados, hasta que, en
1864, la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) le dio
la oportunidad de impregnar al movimiento obrero mundial de sus ideas
socialistas. Gran parte de sus energías las absorbió la lucha, en el seno de
aquella primera Internacional, contra el moderado sindicalismo de los obreros
británicos y contra las tendencias anarquistas continentales representadas por
Proudhon y Bakunin. Marx triunfó e impuso su doctrina como línea oficial de la
Internacional, si bien ésta acabaría por hundirse como efecto combinado de las
divisiones internas y de la represión desatada por los gobiernos europeos a
raíz de la revolución de la Comuna de París (1870).
Retirado
desde entonces de la actividad política, Marx siguió ejerciendo su influencia a
través de sus discípulos alemanes (como Bebel o Liebknecht); éstos crearon en
1875 el Partido Socialdemócrata Alemán, grupo dominante de la segunda
Internacional que, bajo inspiración decididamente marxista, se fundó en 1889.
Muerto
ya Marx, Engels asumió el liderazgo moral de aquel movimiento y la influencia
ideológica de ambos siguió siendo determinante durante un siglo. Sin embargo,
el empeño vital de Marx fue el de criticar el orden burgués y preparar su
destrucción revolucionaria, evitando caer en las ensoñaciones idealistas de las
que acusaba a los visionarios utópicos; por ello no dijo apenas nada sobre el
modo en que debían organizarse el Estado y la economía socialistas una vez
conquistado el poder, dando lugar a interpretaciones muy diversas entre sus
seguidores.
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